Siempre he tratado de mantener la compostura de la mejor manera posible y, aunque nunca he leído el
Manual de Carreño, he vivido convencido que en muchos lugares se me ha aceptado por mi buen comportamiento.
Hace unos días me encontraba tranquilamente tomando un café en el casino del trabajo, hasta que un colega me dijo "¡toma!, acá tienes un sobre de endulzante que sobró... ¡para tu colección!", a lo cual yo con sorpresa respondí "¿me estás insinuando que intencionalmente me llevo más endulzantes de los que necesito?". Acto seguido, me metí la mano al bolsillo para sacar lo que tenía y, casualmente, encontré cerca de diez sobres del sucedáneo. A los minutos, otra persona me dijo "¡toma!, acá tienes unas servilletas para que no te falten" y me di cuenta que no las necesitaba, pues ya tenía muchas distribuidas en los diferentes lugares de mi ropa.
Lo anterior sólo me causó gracia en el momento, pero más tarde me dio verguenza. No es que yo necesitara endulzantes y servilletas, pero tenía muchas más de las que me correspondían.
Estuve en la oficina pensando por unos minutos en mi falta, cuando recibí un correo en el que un cliente reclamaba porque hace muchos meses sólo estaba recibiendo la mitad de lo que había contratado, Investigando un poco descubrí que la persona que le vendió los servicios, casualmente su amigo, tenía absoluta claridad del problema y estaba esperando una queja para corregir la situación.
Trataba de convencerme que el episodio recién descrito era aislado, hasta que una compañera muy afligida me contó que le habían robado las bebidas que tenía guardadas, suceso muy malo, porque estaban destinadas para una obra de caridad. Al día siguiente me enteré que una de las personas más amigables del lugar se las tomó.
Me encontraba realmente inquieto, cuando supe que las personas que habían trabajado el día anterior no comieron los aperitivos de una celebración que les habían dejado. Preguntando me enteré que sus amigos se los habían comido (independiente si ya habían tocado su parte).
A esas alturas ya me sentía molesto, así que para desahogarme fui a hablar con un compañero, quien después de escuchar impávido mis relatos me dijo "amigo, lo único que te puedo decir, es lo que me decía un amigo que ya no es mi amigo,... este es el país de los vivos".
Han pasado varios días desde aquella jornada tan especial. Hoy trato de sacar sólo los endulzantes que necesito y, aunque mi cálculo es pésimo, intento que las servilletas no terminen en mis bolsillos, no obstante, veo que el resto de la gente sigue haciendo lo mismo día tras día, lo que me lleva a reformular el mensaje del "amigo que ya no es amigo de mi amigo": Este es el país de los amigos.
Dedicado a Jacqueline Henríquez y a todos los descarados (amigos) que comen en los supermercados sin pagar o que suben al transporte público por la puerta trasera.