Ya no recuerdo cuánto licor habíamos comprado aquella noche, pero estoy seguro que después de varias horas de competencias absurdas para demostrar quién tenía el pilín dominante, habíamos ingerido cantidades suficientes para derribar a un elefante.
Siempre he tenido claro que tomar en exceso es peligroso, pero en esta ocasión estábamos en la casa de un buen amigo, quien con una actitud madura nos transmitía seguridad, al mismo tiempo que nos repetía sin parar que éramos unos borrachos inexpertos, a diferencia de él, que era un bebedor con trayectoria.
Fue así que, cerca de las tres de la madrugada, nos encontrábamos animadamente discutiendo cuáles eran las características que convertían a un macho en un estereotipo de grandeza, poderío y masculinidad, pero como suele suceder en situaciones influenciadas por el alcohol, alguien hizo algo estúpido y casualmente fui yo.
Ocurrió que en un acto de absoluta torpeza pasé a llevar a alguien que, con una mínima percepción de su propia existencia, derramó todo el contenido de su vaso sobre una de nuestras compañeras y, como no bastó con decir que lo sentía, decidí buscar al dueño de casa para pedirle una polera limpia.
Así entonces, estuve buscando a nuestro anfitrión por algunos minutos y al no encontrarlo tomé la decisión de ir directamente a su habitación. Para mi sorpresa, se encontraba durmiendo en posición fetal a pesar que poco antes nos había refregado su experiencia por la cara:
- "¡Despiera Spike!, necesito que me prestes algo...".
- "Estoy ocupao', ven después...".
- "¡Spike!, alguien se mojó, necesito una polera", insistí en voz alta.
- "Emmm, espera un poco...", respondió con una voz fatal.
- "¡Güeón despierta o dime de dónde sacar una polera!".
- "Bueno, busca ahí...", dijo mientras apuntaba su computador.
- "¿Dónde es ahí?, sólo veo un equipo".
- "¡Si poh'!, busca ahí, hay de todo...", repitió.
- "¿Por que mejor no vienes?, no veo ropa acá".
- "¡Despiera Spike!, necesito que me prestes algo...".
- "Estoy ocupao', ven después...".
- "¡Spike!, alguien se mojó, necesito una polera", insistí en voz alta.
- "Emmm, espera un poco...", respondió con una voz fatal.
- "¡Güeón despierta o dime de dónde sacar una polera!".
- "Bueno, busca ahí...", dijo mientras apuntaba su computador.
- "¿Dónde es ahí?, sólo veo un equipo".
- "¡Si poh'!, busca ahí, hay de todo...", repitió.
- "¿Por que mejor no vienes?, no veo ropa acá".
Acto seguido, el sujeto se dirigió al escritorio en estado de semi-inconsciencia y encendió su computador, mientras yo seguía sin entender que intentaba hacer:
- "¡Spike!, ¿qué güea' estai' haciendo?... no es hora para esto y necesito una polera".
- "¡Déjame!, si acá hay de todo", respondió molesto.
- "Güeón esto es un computador y yo necesito una polera de verdad...".
- "Por eso poh'... si la imprimo y listo...".
- "¡Spike!, ¿qué güea' estai' haciendo?... no es hora para esto y necesito una polera".
- "¡Déjame!, si acá hay de todo", respondió molesto.
- "Güeón esto es un computador y yo necesito una polera de verdad...".
- "Por eso poh'... si la imprimo y listo...".
No sé cuántos minutos perdí en aquella infructífera conversación, pero cuando conseguí la famosa polera no sirvió de mucho, ya que las ropas de mi amiga estaban secas.
Con el paso de las horas los invitados fueron retirándose a sus respectivos domicilios, por supuesto, sin que el dueño de casa lo notara. En mi caso, llegué a mi hogar después de las ocho de la mañana y desperté tirado en el jardín cerca de las nueve y treinta. Estaba feliz, pues también tenía trayectoria.
Dedicado a Aarón Céspedes, Ana Lecaros, César Avilés, Daniel Labra, Enzo Molina, Erik Toro, Héctor Cortez, Jaime Gómez, Jacqueline Henríquez, Manuel Sandoval y Mauricio Guerra.