Al igual que la mayoría de los niños chilenos pertenecientes a las clases sociales "D" y "E" tuve la experiencia de estudiar en un colegio municipal numerado, en donde junto con aprender una infinita cantidad de términos delictuales, pude presenciar en forma directa el nivel de hostilidad al que se deben enfrentar diariamente sus alumnos.
En mi curso todos mis compañeros eran mayores y muchos venían de familias con antecedentes criminales, lo que sumado a mi bajo nivel de peligrosidad me dejó en clara desventaja frente a los más abusadores. Como si fuera poco, en séptimo año se integró el Ojudo Merino, quien no sólo era demasiado mayor para su nivel educativo, sino que había sido expulsado por agresión y mala conducta de todos los establecimientos en que estuvo.
En definitiva, volver a casa sano y salvo era un desafío, ya que si una paliza no solucionaba un problema siempre existía la posibilidad de usar una cortaplumas.
Fue así como un día me encontraba leyendo en mi pupitre, hasta que alguien me golpeó en la cabeza. El impacto fue bastante fuerte, por lo que quedé aturdido varios segundos. Cuando por fin pude voltearme vi al Orejón Pino con una tabla en sus manos y riéndose a carcajadas.
Vale la pena mencionar que detestaba profundamente al sujeto, no sólo porque se aprovechaba de nuestra diferencia de 20 centímetros de estatura para molestarme, sino porque la niña que siempre me gustó se moría de ganas de estar con él.
Acto seguido, el Ojudo se sentó a mi lado y con su típica sonrisa exagerada me dijo: "Elije gusano... le pegai' al toque o te rajo el paño a la salida". Frente a tan convincente argumento no tuve más opción que pararme y, con todas mis fuerzas, propinarle un puñetazo en el ojo al Orejón, quien después de permanecer algunos segundos retorciéndose exclamó: "A la salida te voy a esperar" (lo cual nunca sucedió).
Al terminar el octavo año perdí contacto con la mayoría de mis compañeros, entre ellos el Ojudo, el que mediante continuas amenazas hacia mí modesta humanidad, me ayudó a hacer frente a numerosas situaciones adversas en mis días de colegio.
Pasaron más de quince años hasta que un día volví a tener noticias del Ojudo, pero a través de la televisión, ya que apareció en un programa periodístico que explicaba los motivos por los que asesinó a su mejor amigo y como ocultó su cadáver en un sitio eriazo.
Aquel día me di cuenta que golpear al Orejón fue lo más importante que aprendí en el colegio.
Dedicado a Daniel Riquelme, a quien también golpeé cuando niño.